Ante una enfermedad transmitida a través del aire, sin presencia masiva y segura de vacunas comenzando la tercera década del siglo 21, ¿cómo podemos hacer para dejar de perder conocimientos por la deserción de las clases virtuales?
Viajemos un siglo atrás, cuando otra enfermedad aérea no impidió continuar dando clases.
A finales del siglo 19 la tuberculosis terminó con la vida de varias personas en Europa y Estados Unidos. La vacuna se creó en 1921, pero pasaron muchos años antes de que fuera adoptada por un más de la mitad de la población del mundo.
Para que estudiantes no perdieran clases, porque se valoraba la educación, una de las soluciones fue usar los espacios abiertos y ventilados como aulas.
Con pizarrones y pupitres portátiles los chicos y maestros rodeados de naturaleza, la aprovecharon para aprender de ella.
Las escuelas al aire libre surgieron en Alemania y Bélgica en 1904 inspirando a crear en 1907, ante la sugerencia de médicos, algunas en Estados Unidos.
Como fueron exitosas -ningún chico se contagió de tuberculosis- se crearon más de 60 "aulas" hasta en techos de edificios.
La idea era sacar a los niños de familias con bajos recursos de lugares insalubres -sus viviendas hacinadas- para que estén en contacto con el sol y el aire buscando fortalecer su sistema inmune, basándose en los principios higienistas que surgieron en esa época.
Las escuelas "sin paredes" existieron hasta mediados de 1950 cuando las enfermedades dejaron de ser demoledoras. Gradualmente fue instalándose un modelo de aula tipo fabril, como las actuales, con un régimen de horarios fijos y con la mayor cantidad de chicos posible metidos en un salón para optimizar recursos y gastos.
Conociendo las soluciones a un problema similar ¿por qué los estados no intentaron cumplir los objetivos de aprendizaje?
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